Montaje: Las horas claras
Por Diómedes Cordero
Una posible y recomendable estrategia de lectura de Las horas claras (Caracas: Sociedad de
Amigos de la Cultura Urbana, 2013), Premio XII, Concurso Anual Transgenérico,
Caracas, 2012, de la poeta, ensayista, narradora, cronista, periodista y crítica
literaria Jacqueline Goldberg, sería, como dice Matías Serra Bradford, a propósito
de Cien cartas a un desconocido,
que “reúne un centenar de […] contratapas, seleccionadas entre todas las que
redactó Roberto Calasso en sus más de cuarenta años de estoico trabajo
editorial”, iniciar la lectura del inclasificable genéricamente libro de
Goldberg, como lo define y caracteriza Gustavo Valle: “¿Novela, poema, relato,
fragmento histórico? ¿Escritura híbrida, cruce, mixtura, mezclaje? Poco
importa. El denominado “género” literario es muchas veces una prótesis de
lectura, una muleta que nos ayuda a caminar sobre las páginas sin caernos.
Entre los muchos deberes que tiene un lector está el de hacer a un lado el
envase genérico en el que viene la obra, y atreverse a meter sus narices
dispuesto a encontrar en los libros no solo una buena historia sino una nueva
manera de leer. La lectura, pues, como una permanente pregunta acerca de cómo
leemos, y qué mecanismos empleamos en ese momento en que nos encontramos cara a
cara con la obra. Leer es siempre (una y otra vez) aprender a leer, porque un
libro, al menos los buenos, suele desafiar nuestra comodidad lectora”,
interpretar y criticar y juzgar la singularidad literaria de Las horas claras, en correspondencia
con la inteligencia literaria y crítica del texto de Victoria de Stefano, que
sirve de contratapa al libro. Como señala Maite Alvarado, el paratexto de la
contratapa: “resume el argumento en el caso de la narrativa, analiza los
aspectos más relevantes y emite juicios de valor que suelen extenderse a toda
la obra del autor. Juntamente con tapa y solapa, concentra la función
apelativa, el esfuerzo
por capturar el interés del público”, que, en el caso de De Stefano se
singulariza doblemente, porque, como apunta Serra Bradford: “A diferencia de un
crítico de arte, cuando un crítico literario elogia a escritores cuyas obras
posee nadie debería sospechar que lo hace para incrementar su valor de reventa.
Si lo hace un editor, se trata de un caso limítrofe y Roberto Calasso no elude
las veleidades y vicios de una contratapa: “Para el editor ofrece la única
ocasión de señalar explícitamente los motivos que lo han impulsado a escoger un
libro determinado. Para el lector, es un texto que se lee con sospecha,
temiendo ser víctima de una seducción fraudulenta”. Ya lo decía el propio
Calasso acerca de Kafka en su maravilloso K.: “El punto en torno al cual gira todo es siempre la elección, el misterio de la elección,
su oscuridad impenetrable”.
Elegir el texto de De Stefano como entrada a la
lectura de Las horas claras,
no sería sólo una elección recomendable sino imprescindible para entrar en la poética de la hibridez genérica de la escritura de Goldberg.
Expone De Stefano: “En Las horas claras
[…] se dan cita la ficción novelesca y la historia, historia real, que es el núcleo
y corazón de lo narrado, e historia imaginada, la que se desprende como un
convincente pudo haber sido
de ese punto del pasado revivido y revelado. La historia real: la casa vacacional
y fallida, sometida a los avatares de las obras construidas por los humanos a
la par o contra la naturaleza y el tiempo, que Madame Savoye, Eugénie Thellier
de La Neuville, hizo construir en Poissy por el afamado arquitecto suizo y teórico
de la modernidad en arquitectura Le Corbusier. En septiembre de 1928 la casa
será encargada y empieza en paralelo el viacrucis. Pero como Jacqueline
Goldberg, aquí en función de narradora, es poeta, tendremos que las imágines,
los símbolos, las asociaciones, además de la línea verbal y la impulsión
afectiva de la frase, que no deja de deberle mucho a su estro poético, nos
sirven de hilo conductor y multiplicador de significados entre los altos y
bajos y las desgarraduras íntimas de Madama Savoye y su proyecto edilicio, un utopos como fuga en el tiempo y el
espacio en pos de las horas claras. “La
luz, muy importante. Y el aire libre. Quiero una casa sin tiempo, para el
tiempo, ni antigua ni moderna. Quiero que en ella el tiempo quede suspendido”.
Pretensión vana: no hay eternidad ni tiempo suspendido para las cosas de este
mundo, aparte del definitivo de la muerte. Pues la historia seguirá su camino:
La guerra, la ocupación, las persecuciones, las expropiaciones, las desgracias
colectivas, el envejecimiento, el desgaste, sin contar con los fenómenos
climatológicos, las lluvias, el invierno, los crujidos de las temperaturas en
alza o en baja, las erosiones… Invito al lector a que concentre su atención en
los símbolos que, como un motivo recurrente, acompañan de principio a fin el
arco de vida de Madame Savoye y la historia que lo cubre, en particular el más
contundente: la oronja verde, también llamada Cicuta verde, una bella seta de
cuello largo y enorme sombrero, irremediablemente mortífera”.
El “pudo
haber sido” de De Stefano remitiría al: “Pero [el historiador y el
poeta] difieren en que el uno narra lo que sucedió y el otro lo que podría
suceder. Por eso la poesía es algo más filosófico y serio que la historia; la
una se refiere a lo universal; la otra, a lo particular” de Aristóteles (Poética, traducción Ángel J.
Capelletti, Monte Ávila Editores), asociando Las
horas claras al género poético; pero, inmediatamente, De Stefano,
apunta “que las imágines, los símbolos, las asociaciones, además de la línea
verbal y la impulsión afectiva de la frase, que no deja de deberle mucho a su
estro poético”, de Goldberg “en función de narradora”, asociando al mismo
tiempo Las horas claras al género
narrativo. Quizás, se podría incluir Las
horas claras dentro de la simetría genérica de la dicción con la que Genette define “el
ser de un texto, como distinto, aunque inseparable de su decir”: el lenguaje de
Goldberg sería simultáneamente ficcional sin imponer esencialmente el carácter
imaginario de sus objetos y poético sin imponer esencialmente sus características
formales. Victoria de Stefano lo revela de mejor manera al señalar, como sólo
lo puede hacer el genio de un narrador moderno, “la impulsión afectiva de la frase” y “la línea verbal” que construyen y
condicionan inseparablemente el carácter ficcional de la historia de Madame
Savoye y la aventura y riesgo de su creación de la Villa Savoye.
En un fragmento de “Los hilos que conducen a la
realidad”, uno de los paratextos finales de Las
horas claras, Jacqueline Goldberg, como en una especie de
prefiguración del sentido del texto de la contratapa de Victoria de Stefano, lo
revela: “No olvido a editores y agentes literarios de Venezuela, Argentina y
España, que con sus respetuosas palabras (la mayoría, salvo algunos coterráneos)
rechazaron mi libro por ser poético y poco comercial”. A veces, sólo a veces,
los premios descubren un libro bello y extraño como la oronja verde.
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