En Las horas
claras (ganador del XII Premio Anual Transgenérico de la Sociedad de Amigos de
la Cultura Urbana) se dan cita la ficción novelesca y la historia, historia
real, que es el núcleo y corazón de lo narrado, e historia imaginada, la que se
desprende como un convincente pudo haber sido de ese punto del pasado revivido
y revelado. La historia real: la casa vacacional y fallida, sometida a los
avatares de las obras construidas por los humanos a la par o contra la
naturaleza y el tiempo, que Madame Savoye, Eugénie Thellier de La Neuville,
hizo construir en Poissy por el afamado arquitecto suizo y teórico de la
modernidad en arquitectura Le Corbusier. En septiembre de 1928 la casa será
encargada y empieza en paralelo el viacrucis. Pero como Jacqueline Goldberg,
aquí en función de narradora, es poeta, tendremos que las imágenes, los símbolos,
las asociaciones, además de la línea verbal y la impulsión afectiva de la
frase, que no deja de deberle mucho a su estro poético, nos sirven de hilo
conductor y multiplicador de significados entre los altos y bajos y las
desgarraduras íntimas de Madame Savoye y su proyecto edilicio, un utopos como
fuga en el tiempo y el espacio en pos de las horas claras. «La luz, muy
importante. Y el aire, libre. Quiero una casa sin tiempo, para el tiempo, ni
antigua ni moderna. Quiero que en ella el tiempo quede suspendido». Pretensión
vana: no hay eternidad ni tiempo suspendido para las cosas de este mundo,
aparte del definitivo de la muerte. Pues la historia seguirá su camino: La guerra,
la ocupación, las persecuciones, las expropiaciones, las desgracias colectivas,
el envejecimiento, el desgaste, sin contar con los fenómenos climatológicos, las
lluvias, el invierno, los crujidos de las temperaturas en alza o en baja, las erosiones…
Invito al lector a que concentre su atención en los símbolos que, como un
motivo recurrente, acompañan de principio a fin el arco de vida de Madame
Savoye y la historia que lo cubre, en particular el más contundente: la oronja
verde, también llamada Cicuta verde, una bella seta de cuello largo y enorme
sombrero, irremediablemente mortífera.
Victoria de
Stefano
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