LAS
HORAS CLARAS
Por Alberto Hernández
(23/10/2014)
Publicado en: Cinosargo Ediciones
Publicado en: Cervandes@MileHighCity
1.-
Leo Las horas claras (Sociedad de Amigos de la Cultura
Urbana, Caracas 2013) como un poema, con toda la libertad que me ofrece una
historia que también es novela en la medida en que los personajes se atan y
desatan de las anécdotas. Y digo que leo aunque también podría afirmar que
canto Las horas claras como un aria,
porque tiene sentido si asumo la decisión de leer como si cantara.
La historia
podría ser lo de menos, pero no es así. Tanto el fondo como la forma llaman al
lector. Aquí se plantea un nivel de lectura, una forma de leer, de estar con
una manera de deshacerse de viejas costumbres o mitos, de innombrables facturas
de algunos editores en tanto fariseos de la publicación.
Leo Las horas claras con una rara pero cómoda
postura espiritual y sicológica. Soy la voz que canta, la voz que cuenta, la
voz que va descontando cada segundo de una mujer que quiere una casa en el
campo, Madame Savoye. Voz que transmigra. Es decir, no leo una novela: leo un
poema como si fuera una novela. O una novela como si fuera un poema. Pero también
la siento la crónica de unos sujetos –hombres y mujeres- que se deshacen como
la casa mientras el mundo sigue su curso. Leo algo de otro tiempo con un
discurso joven, limpio, elegante: leo a Jacqueline Goldberg y siento que Las horas claras representan un género
cuya libertad radica en no ser ninguno, por eso entonces creo levitar sobre la fotografía de la
mansión que está a punto de borrarse del paisaje del lector.
Leo,
definitivamente, la impresión de un instante.
2.-
Una
historia real, traída entre fragmentos. Una historia en la que flotan unos
personajes reconocibles: París, sus adentros borrosos y el vaho del Sena. El campo verde de Poissy en Chemin de Villiers, en
el que Le Corbusier (Charles Édouard Jeanneret-Gris) construyó la mencionada
casa por porfiadas órdenes de Eugénie
Thellier de La Neuville, esposa de Pierre Savoye. Y fue una porfía en la que se
movió mucho dinero, pero también la muerte de una amiga, el recuerdo, la
soledad, las ganas de huir de la gran capital y someterse al clima de una campiña.
Me
inclino a pensar en los lectores que también podrían caer en el desdén de
algunos editores, quienes no encuentran qué hacer con un trabajo de esta
naturaleza. De modo que quedarían huérfanos los personas, la manera de
contarlos, de hacerlos parte de unas horas y provocar en ellos rasgos que más
tarde darían con tesis y teorías como las que pronto aparecerán. Este señalamiento
es una crítica directa a esos “editores” que desde lejos ven el libro y luego
lo apartan porque no llenan los precipicios de su empresa. La declaración de la
autora acerca de este comportamiento, deja ruidos en el ambiente, porque ha
pasado con otros libros que llenan las expectativas de X editorial. Pero el
pasado es pasado. Hoy, Las horas claras es un libro que ha logrado quemar esa
opinión y se ha convertido en una bella referencia literaria.
3.-
Como
hablo en primera persona, debo dejar sentado que formo parte de los personajes
que habitan en las páginas de la poeta y narradora. Ella es responsable de ese
evento: Leer un libro “extraño” no hace “extraños”. Leer una novela que podría
ser un poema largo, que podría ser una crónica, que podría ser una referencia
nos convierte en una revelación: nos fragmentamos en cada página, en cada número
que abre la posibilidad de un nuevo empeño: escribir desde Las horas claras el
proceso de escritura de una creadora que no para de inventarse. Ser ella desde
sus fantasmas, para recordar a Sábato.
4.-
Jacqueline
Goldberg divide su libro en horas, en estadios temporales que avalan los pasos
de los personajes y de la misma historia. No me atrevo a decir capítulos,
porque no lo son. Son horas, momentos, instantes. Podría llegarse a pensar que
la autora imaginó el libro como un poema, porque es poeta, pero el poema se
hizo un “extraño” híbrido que enriqueció la pieza y, por supuesto, al lector.
Su
mirada puesta en la inscripción latina Nullas
numero nisi serenas horas (Solo enumero las horas claras) constituye un
precioso y preciso instante para decirnos que la sombra estaba sobre la casa,
suerte de paratexto que aglutina toda la atención. Es decir, miramos la casa y
la construimos con Le Corbusier, pero también la abandonamos y nos alejamos de
Madame Savoye, de una porfía que pudo haber sido enfermiza, delatora de alguna
patología. No obstante, el tiempo
le dio la razón: La casa vivía, vive, no es eterna, pero aún sus paredes son
capaces de recibir el sol y la lluvia, la nieve y las hojas de la primavera.
Una casa que respiró la pólvora de la ocupación, que delató las traiciones,
delaciones y efectos de una guerra. La casa de un largo dolor. La casa
enumerada bajo la luz que la mujer siempre soñó. ¿Leímos también un sueño? Pues
sí, un sueño, un letargo. Los personajes pasan levemente. La escritura es tan
cerca a la simbología, a su elegancia misteriosa, que nos hace acreedores de
una lucha insistente. ¿Fue un fraude? Ella lo advirtió, lo denunció: la
inclemencia y la malignidad de Monsieur Jeanneret quedó en evidencia. Ellas, la
casa y la mujer, fueron víctimas de un silencio que no se merecían. Las horas
también fueron oscuras, alevosas.
5.-
Leo Las horas claras como una punzada. Como
lector no dejo de ser Madame Savoye. No dejo de sentirla en carne propia. Cada
fragmento de esta obra es ella en uno.
Si bien
Proust hizo de la margarita un símbolo que aún se sostiene en su lectura, en Las horas claras de Jacqueline Goldberg nos queda el sabor mortal de la oronja
verde, un hongo venenoso que pasó por la boca de su amiga Georgette y dejó en
Madame Savoye la herida que sólo puede entenderse en el poema de Emile
Verhaeren, tomado precisamente del libro Las
horas claras (1896), donde se lee: En
tiempos en los que tanto sufrí,/ Cuando las horas se me hacían trampas,/ Me
entregaste la hospitalaria luz.
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(*) Con
este libro Jacqueline Goldberg ganó la edición XII del Premio del Concurso
Anual Transgenérico, Caracas 2012. Igualmente obtuvo el Premio Libro de Año de
los Libreros Venezolanos 2014 y fue finalista en el Premio de la Crítica a la
Novela 2013.
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